24 enero 2010

Con permiso, sobre la liturgia de la Santa Misa (y II)




Continuando el ya largo relato (para un blog) sobre mi experiencia particular con la liturgia, nos situábamos hace cinco años, aproximadamente.

Me saltaré algunas reflexiones para decir que, habiéndolo pensado bien y sabiendo que el Cardenal autorizaba la celebración de la Santa Misa según los libros de antes del Concilio Vaticano II en Madrid, antes del Motu Proprio, me decidí a ir un domingo a San Luis de los franceses. Volví alguna que otra vez y, en los meses que estuve en París localicé y asistí a una iglesia con el mismo permiso. Saqué varias conclusiones. Evidentemente, estaba ante la liturgia de cientos de años de vida eucarística de la Iglesia. Era rica en gestos, en silencios que adoraban a Dios a gritos solemnes y entonces comprendí que aquella liturgia me era muy familiar. No era igual, claro está, pero desde luego, conociendo los textos y rúbricas del Misal Romano según los libros actuales (debido a la experiencia que expliqué en la anterior entrada), podía perfectamente saber que el Rito Ordinario celebrado fielmente, estaba en verdadera unidad con el Rito Extraordinario, tal y como señala el Papa en la Carta a los Obispos que acompañó al Motu Proprio. Me ayudó muy gráficamente a comprender, de paso, qué significaba la "hermenéutica de la continuidad" y la importancia de leer los documentos conciliares a la luz de la tradición, condiciones ambas indispensables para que podamos seguir hablando propiamente de la Iglesia como Una, Santa, Católica y Apostólica.

Fue en 2007 cuando el Papa publicó por fin el Motu Proprio. Y entonces visualicé cómo se hacía pública una guerra interna en la Iglesia, con la resistencia de algunos Obispos a obedecer al Papa, ataques al Concilio Vaticano II, desde los que le achacan todos los males (sinceramente, este grupo es muy minoritario) hasta los que piensan que la Iglesia se fundó allí o aluden a un supuesto "espíritu" ficticio para imaginarse una nueva iglesia ajena a la tradición y casada con la modernidad. Se estaba repitiendo una distinción pagana, mundana y en absoluto católica que marcaba distancias entre "conservadores" y "progresistas". Pero lo peor de todo, ha sido la postura de algún sector "ortodoxo" en materia doctrinal que, sin embargo, se ha enfrentado de forma visceral a la celebración del Rito Extraordinario. Realmente, no entiendo y menos aún comparto la postura de los que desechan, desprecian (!!) o minusvaloran la liturgia tradicional. Todo ello, creo, no puede nacer sino desde el desconocimiento y de la falta de análisis de la situación actual.

Por poner un ejemplo concreto y muy fácil de entender: el uso del latín. La Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, el Sacrosantum Concilium, establecía expresamente que "se conservará el uso de la lengua latina", disponiendo para las lenguas vernáculas "una mayor cabida", pero nunca su imposición absoluta, como ocurre hoy en día. Otra cuestión es la música sagrada. Se dice expresamente por el Concilio, respecto de la música gregoriana, que es la propia "de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por lo tanto, se le debe otorgar el primer lugar en las acciones litúrgicas". Cualquiera puede ver que la desobediencia al Concilio en esta materia es flagrante e inadmisible.

Adicionalmente, la sacralidad y piedad del sacerdote en el trato con la Forma Consagrada, la dignidad de los ornamentos litúrgicos o la fidelidad a los textos del Misal son elementos que se muestran hoy en clara contradicción con la tradición, de la que se pueden aprender muchos ejemplos de piedad y devoción eucarísticas.

La reforma litúrgica era una necesidad compartida por casi todo el mundo antes del Concilio, pero desde luego lo que vino después no se puede llamar reforma sino revolución (y traidor a los fines), de modo que la liturgia, don divino por definición, se ha trocado en muchos casos en creación humana, en asamblea de fieles, olvidando en muchos casos el elemento de sacrificio real e incruento de la Muerte de Cristo. Es decir, nos desapegamos de la Última Cena y se ha fundado la iglesia de los hombres, en la que la desunión está servida.

En conclusión, me baso en mi propia experiencia personal: gracias a Dios he vivido desde pequeño una liturgia fiel al Concilio y a la tradición, en continuidad con Trento, con los primeros cristianos, con Cristo y con el siglo XX. Pero en la Iglesia hay miles o millones de fieles cristianos cuya única formación litúrgica han sido los rescoldos de los años de rebelión y apostasía. Misas sin el elemento del sacrificio, misas sin elemento sagrado, pura comunidad y nada de relación tú a Tú con Dios presente de forma real en la Forma Sagrada. Por eso, me atrevo a decir que con la re-introducción del Rito Extraordinario los fieles cristianos del siglo XXI tenemos una magnífica oportunidad de comprender mejor el Rito Ordinario. Podemos vivir la liturgia que vivieron grandes santos de la talla de San Juan de la Cruz, Santo Tomás, Santa Teresa de Ávila o Santa Teresa del Niño Jesús, San Ignacio de Loyola y tantos otros; la liturgia que llevó al ignorante Santo Cura de Ars a empaparse de la sabiduría divina en su relación con la Eucaristía y ante el Sagrario.

Con el Rito Extraordinario, al Rito Ordinario le será más fácil situarse en el momento actual uniendo en comunidad a toda la Iglesia, la militante y la triunfante, en el mensaje de Jesús, a través del mayor acto de Amor que el mundo haya vivido en toda su historia, que volverá a hacerse más patente en toda su magnitud de Sacrificio redentor y de acto liberador. Así, la liturgia tradicional son nuestros mayores que nos legan el testigo de toda una historia para que nos enriquezcamos con una herencia que parece perdida. El Rito Extraordinario, al que seguiré yendo de vez en cuando, puede corregir los desmanes que se han cometido sobre el Novus Ordo Missae y contribuirá, a buen seguro, a revitalizar la fe de la Iglesia.

2 comentarios:

Conrad López dijo...

Personalmente, creo que las posiciones extremas respecto al tema de la liturgia y la hermeneutica (que siempre acaban desembocando en el rechazo absoluto o la interpretación liberal del VII) parten, en realidad, de una visión puramente ideológica.

Cuando uno admite esas posiciones ideológicas (fácilmente identificables con posturas políticas concretas, además) como verdad previa a la que todo debe ceñirse, no queda otro camino que el rechazo o la tergiversación.

Jorge P dijo...

Tienes razón, Séneka. Es lo que quería decir con aquello de "conservadores" y "progresistas". Como ideologías que son, al final moldean más o menos la realidad para adaptarla a las preconcepciones ideales, además de ser totalmente ajenas a los temas de la fe, la teología y, por ende, la liturgia.